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EL LEÓN Y EL ÁRBOL
Deambulaba muy solo por la selva, realmente no podía llegar a comprender que era lo que estaba pasando por su interior, el se sabía, se sentía y sobre todas las cosas estaba seguro que era “El león”; no entendía el porqué él, que siempre había salido airoso de las más crueles batallas, ahora exhibía en su piel esas heridas provocadas por esa situación, en la que muchas veces había estado.
Se encontraba solo, relamía cada una de esas heridas, buscaba en su interior en que momento habían sido provocadas, seguía sin entender como se las habían hecho, justo a el, “el león”.
Casualmente, por algún sendero, encontró a la comadreja, (que a pesar de no tener una fama agradable dentro de los habitantes de la selva), era la buena consejera a los que todos recurrían cuando por sus vidas ocurrían cosas inexplicables.
Aquella consejera supo proponer un tratamiento para curar esas heridas,
-eso es fácil-, le dijo al triste león.
-Solo tienes que buscar un árbol, pero no un árbol cualquiera, yo te guiaré hasta él-, le aseguró.
Hasta allí marcharon, el camino no fue para nada fácil, fueron encontrando un sin número de contratiempos, en el transcurso del camino, por la cabeza del león fueron pasando distintos momentos de su vida; se sentía angustiado, pero tenía la esperanza de encontrar aquel árbol del que hablaba la comadreja.
-Hemos llegado-, dijo aquel astuto animal.
-Este es el árbol, el tratamiento es sencillo, solo tienes que acercarte a el, hablarle, y por sobre todas las cosas, debes tratar que sus ramas acaricien tus heridas, verás que pronto tus heridas sanaran-, dijo con la voz autoritaria de un médico que sabe los métodos a utilizar.
Hasta allí fue el león, y pronto sintió que esas heridas iban menguando en su dolor, contento agradeció a la comadreja el consejo, y allí se quedo, en un tratamiento intensivo.
Pero algo estaba pasando, el dolor ya casi no existía, pero esas heridas seguían sangrando, realmente no entendía que estaba pasando; buscó desesperadamente a aquel animal devenido a médico para pedirle explicaciones.
Cuando la encontró, le reprochó el método que le había recomendado, sus heridas estaban aún más abiertas, pero eso sí, no sentía dolor; fue entonces cuando la comadreja le explicó, que los tiempos entre el dolor y el cerrar las heridas es sumamente distinto,
-¿Sabes por qué?-, dijo la comadreja.
-Pues el dolor se cura desde el pensamiento, pero cerrarlas es más difícil eso es cuestión de piel, esas heridas seguirán sangrando por bastante tiempo más; hasta que en un mágico momento verás que ya están cerradas, y casi ni te vas a dar cuenta- dijo la falsa médica.
En realidad, a pesar de no ser médica, aquella comadreja tenía la sabiduría que le habían dado los años, en el león comenzaron a cerrarse las heridas, poco a poco las ramas de aquel árbol fueron cumpliendo la promesa de la comadreja, es el día de hoy, que de ves en cuando alguna de esas heridas dejan entrever algún hilo de sangre, pero el león sigue allí a la buena sombra de aquel árbol, hablándole, contándole de sus heridas, recostándose en sus ramas, sabiendo ciertamente que cada una de aquellas caricias podrán en algún momento cerrar del todo cada una de esas heridas.
Quier ser aquel árbol, y que vos también lo seas; es mi intención que tu seas ese león, y yo también lo sea; en definitiva deseo que cada uno de nosotros pueda curar al otro de todas aquellas heridas que aún siguen abiertas, que podamos, con palabras y caricias, olvidar el dolor, acercarnos hasta tocar nuestros corazones y poder acariciarlos, para que cada una de aquellas heridas vayan cerrando, que a pesar de que puedan seguir en nuestros recuerdos, solamente sean eso un recuerdo, por lo que somos, por lo que debemos ser, y por sobre todas las cosas, por lo que no debemos ser.
Horacio
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