
¿Y qué importa ahora
cuanto me distes?
¿Acaso no fue mi amor
igualmente correspondido?
Si, dejé que fueras el sol de mi paisaje,
y te di la libertad de rodar
por las pendientes de mis laderas,
haciendo a tu paso ceniza los pastos,
al instante que mis besos eran
enjambres de abejas,
que en tu boca de panal
las inquietudes de la hoguera
iteradamente incineraban.
Y si tu piel fue a mi tacto
la grácil seda en el papel,
mis dedos, el ojo de fuego de la pluma
que escribió inolvidables historias,
para desnudar sin pudor
las mil caras de la Magdalena,
mientras entrelazados con los brazos
y tejidos en apretadas clinejas,
nuestros sudorosos cuerpos
experimentaban incontables veces
con masoquista placer
el temblor de la carreta
que apresurada transita
irregulares caminos de tierra.
¡Cuantas veces jugué a ser
aquel frondoso árbol!
¿Acaso lo olvidaste?
Si, ese que vivió otoños
sin respetar las normas
de solsticios y equinoccios
y se desnudó de sus hojas
para abonar con ellas
tus estériles tierras.
Y si tú fuiste cielo,
Yo la plenitud del ave
surcándote con levedad radiante…
Y si tú fuiste el mar de mis sueños,
yo esa pertinaz ola,
aquella que laureada
con misteriosos encajes
llevaba en sus hombros de espuma
unas manos generosa
cargadas de caricias,
para depositarlas una y otra vez
sobre la calidez de tus playas.
Y si tú fuiste místico manto
bordado de luna,
¡Yo amor mío! la lámpara votiva
que daba luz a las estrellas
y alumbraba tus pasos
en esas noches tan oscuras.
También fui el manto de bruma
que te dio cobijo
cuando estabas trémulo de frío.
Y si tú fuiste a mis oídos
una dulce melodía,
yo las notas de la partitura
haciendo de los giros del aire
en tu carcelero pecho
un arpegio de luna.
¿De que te quejas ahora?
¡Tu reclamo es a destiempo!
¡Todo te lo di!
Quedando ante ti indigente,
aunque hoy ese gran amor
solo sea en el viento
jirones mudos de un olvido equitativo.
Melodía

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