
¿Para que contar las horas de la vida, que lenta y profundamente, falleció en el ardiente amanecer del mundo?
La vida y el alma, que se escapan por aquel Mayo, cuando los trigos encañan y están los campos en flor.
Aquellos, que junto con el amor y el corazón murieron cuando su mundo, nuestro mundo, amanecía.
Esos, que en los ojos, en el pecho y en un gesto implacable de honor y valentía, llevaron un claro sonreír, un alba pura.
Los imagino, cercados por las amargas horas de desprecio, soledad y vacío.
Y en mis momentos de tortuoso llanto me pregunto ¿para que contar las horas, para que?
¿Cabe en la justa medida, aquel instante de amor y dolor que perdura y no se olvida?
¡Amarga tragedia, dulce ironía o poética justicia, cuando la calandria canta y el ruiseñor le responde, cuando los enamorados sirven al amor!
¿Cabe en la justa medida de la incógnita, de saber que nuevamente vivo del propio modo de las sombras del dormir y desligado de todo, que soñando, único modo de vivir?
Sino yo, triste, acuitado, que vivo en esta prisión, como tenso relámpago caído, como blanda presunción del agua, prisionera de rocas y negrura.
Como al que enfermo espera, imaginándose así mismo, herido sobre rosales mortales, caído para siempre, sin saber cuando es día, ni cuando noches son.
¿Qué importa el cierzo invernal o el suave soplo primaveral al que enfermo desespera su mal?
Si no por una avecilla que cantaba al albor, matómela un ballestero, al que Dios le de un mal galardón.
Cual imaginándome, caído por siempre, sin máscara, sonriente, tocando, ya sin tacto las manos de los otros muertos.
Preguntándome a la vez, ¿Para que contar las horas?, no volverá lo que fue, y lo que ha de ser ignoro.
¿¡Para que contar las horas, para que!?...

